sábado, 18 de agosto de 2012

Apuntes para un existencialismo de cuarta






Mi hijo juega en su manta de colores. Está boca abajo. Y se queja. Vuele bajo Cuesta abajo. Su objetivo es un dado violeta. Demasiado grande para sus manitas. Balbucea. Le dice. No logra acercarse. Todo suena. Cada acción de mi hijo en esa manta tiene su correspondiente sonido. Sigue lejos. Se cansa y apoya sus bracitos y después, su carita de coté sobre sus manitas. Grita. Para sus cinco meses eso es un grito muy fuerte. Y agudo. Y se sale de la manta. Y se escucha un grito más fuerte. Mi hijo no concibe los límites. Queda fuera de juego. Sobre el parqué. Lejos de la manta con dibujos de peces y ríos. Hace frío y la superficie debajo de su panza no le gusta. Y grita. No es un grito de dolor. Pero se resiste. Todo el tiempo se resiste. A vestirse. A dormir. A ir en el cochecito. A quedarse quieto. A las nebulizaciones. No se resiste al agua ni a la teta. Mi hijo se resiste al mundo fuera de sí. Y fuera de mi. Está claro. Mi hijo soy yo o yo soy mi hijo. La fusión existe.

En el camino algo se estanca. Parece que si. Que va a fluir. Que el día llega y no. Nos vamos acostumbrando a la negativa. Hacemos como si nada. Pero todo. Guardamos. Seguimos guardando bajo la frazada. Alfombra no tenemos. Necesitamos demasiado. Y hemos aprendido a prescindir. Y a saltar murallas. Me siento sapo de otro pozo. Todavía. A veces rana. Sin membrana. Pero sigo mirándolo a los ojos. Y algo reconozco. En un gesto suyo me encuentro. Me encuentro en el rincón. Me encuentro enojada. Gritándote. Aquellos días furiosos en que la historia se nos iba dibujando en la sangre.

Mi hijo se durmió a mi lado. Echo de menos. Hecho a mano las letras. Tomo la antología de Ocampo. Pienso si tengo frío. Eso no tengo que pensarlo. Mis pies sienten el frío. ¿Y a él?. Podría decir. Las letras lo abrigarán. Pero no. Mejor estiro mi brazo y lo cubro con una frazadita. Mi hijo duerme bien en mi cama. Nunca llora en mi cama. Me doy cuenta de que he naturalizado los llantos de mi hijo. Tiene sueño. Tiene hambre. Tiene frío. Nada más le puede pasar. He aprendido a simplificar. He aprehendido bien los discursos maternos. Esa no soy yo. Quiero correrme de ese lugar. Quiero correrme hasta alcanzarme. Y dejar de jugar a las frases hechas. Estoy lúcida y puedo pensar y trascender mi propia lógica de pensamiento. Eso me reconcilia conmigo misma. Cada vez que pienso que mi vida se vuelve mediocre me lo digo en voz alta. Pero vos sos inteligente. Y la inteligencia. Eso nadie nadie te lo va a quitar. La verdad de que en las cabezas podemos ser libres. ¿Sirve para algo?.Capacidad de reflexionar. Maravilloso.
 
Lodo. Suena una armónica. Desde temprano. Oigo lo distinto a pesar de que la mecanicidad me trasciende incluso en los sentidos. ¿Te das cuenta? me dice ella entre un mate y otro, con mi hijo sobre su regazo. Vivimos de la repetición. Los hijos traen reconciliaciones pienso. Pienso que hace mucho tiempo no oía a mi hermana decir una verdad de tamaño semejante. Pienso que me voy a ir a mi casa con esa verdad. Me voy a dormir al lado de esa verdad. Y cuando los tres nos hayamos dormido voy a soñar con esa verdad destejiéndose adentro de mi inconsciente.

Los que me rodean y me saben, dicen cambio.Hay palabras que ya no significan nada para mí. Palabras asqueadas de sí mismas. Palabras hartas de la mención. Somos trillones de moléculas y células cambiantes. Que se renuevan y se golpean. Sangrando adentro. Somos estructuras cambiantes y fluctuantes. Sino cambiamos nos morimos. Sino cambiamos nos empobrecemos. Nos ponemos marrones como las manzanas. Nos oxidamos. Buscamos argumentos para contarnos. Acentuamos para ser más interesantes a los ojos ajenos. Acallamos a los enanos adentro de nuestro cerebro. Enanos malditos y boicoteadores. Enanos con deditos levantados que nos dicen SI, NO, BLANCO, NEGRO, FEO, LINDO, ALTO, BAJO, MUCHO, POCO, AMIGO, ENEMIGO.

Sobre la marcha improvisamos. Nos volvemos caprichosos. Obsesivos y materialistas. Disquitos rayados. Consumimos ideas como galletitas. Y volvemos a creer. A caer. Y a crecer. Como pelos. Inevitablemente. Y todo para darle sentidoal monstruo de la repetición.